Perpetuo florecer de la literatura argentina
ANTONIO JIMÉNEZ MORATO 01/08/2009
Todos los lectores atentos llevan una temporada fijándose en lo que sucede en Argentina. Quizás tan sólo de México, con más del doble de población , están surgiendo tantos narradores interesantes. A lo largo de la última década se ha normalizado en España la situación editorial de Piglia, Aira y Fogwill, las grandes referencias de los narradores argentinos de hoy. Sirva como ejemplo la publicación de la excelente nouvelle perdida -se supone que fue escrita a finales de los setenta y dormía en un almacén de originales nunca publicados - de Fogwill Un guión para Artkino, sobre una Argentina gobernada por una dictadura socialista en la que un escritor recibe el encargo de su vida: un guión para la gran productora cinematográfica moscovita Artkino. Más allá de una revisión de la distopía orwelliana, se trata de una excelente aventura estilística donde se funde la narración íntima con la retórica marxista.
Esta presencia habitual de los grandes autores argentinos ha venido acompañada de la recuperación de libros de escritores que, aunque fundamentales, no se encontraban en las librerías, como el malogrado Rodolfo Walsh, y de la presentación de algunos de los más destacados representantes de la generación siguiente como Fresán, Pauls, Tabarovsky o Chejfec. En estos meses ha aparecido un nutrido número de nuevos libros que, además, permitirán conocer a autores nuevos, que vivieron su niñez entre la dictadura y la guerra de las Malvinas y han sufrido de primera mano los efectos de la crisis del corralito en su madurez. Quizás un ejemplo paradigmático de esta nueva generación sea la del escritor hijo de desaparecidos de la dictadura, como es el caso de Félix Bruzzone, autor de un libro de cuentos, 76, y una novela, Los topos, y editor de Tamarisco, que se ha convertido en una de las más firmes realidades entre los jóvenes escritores argentinos.
Hay un diagnóstico claro: en Argentina está pasando algo muy importante para la narrativa en castellano, pero, ¿qué exactamente? En un ensayo fundamental, Literatura de izquierda -sólo se puede conseguir en España mediante la importación-, Damián Tabarovsky ofrecía un diagnóstico iluminador sobre el caso: la crisis económica argentina favoreció que editores y escritores optaran por la Academia frente al Mercado. Justo lo contrario a lo sucedido en España, por ejemplo. Aunque hay muchísimas obras de escasa calidad rondando por las librerías porteñas, el negocio sigue siendo limitado y hay pocas posibilidades de hacerse rico escribiendo. La única manera de exportar es seguir el sendero de la calidad. Un autor sólido es el argumento idóneo para convencer a los grandes grupos editoriales en castellano, ubicados casi siempre en España, y a los traductores, sobre todo a las empresas francesas, que siguen simbolizando el parnaso cultural para los argentinos. En ese sentido parece vigente el sueño de replicar el trayecto de la obra de Borges: el éxito de sus libros en Francia le catapultó a la fama mundial. Si las agencias de publicidad y las productoras audiovisuales están llenas de creadores argentinos, era cuestión de tiempo que las editoriales abrieran las puertas a una nueva generación de autores que están trastocando el panorama de la literatura.
En La joven guardia, Maximiliano Tomas ha reunido a veintitrés autores que rondan la treintena. Todos tienen como mínimo un libro publicado -algunos muchos más-, y en todos se aprecia una voluntad de acercarse a la calle, de huir de los claustros universitarios y la teoría literaria en la que se movía la generación anterior. Juan Terranova, uno de los más activos escritores de este grupo -preparó la recopilación Buenos Aires 1:1 para Entropía-, ya ha buscado un nombre para bautizar de manera solemne a sus coetáneos: la Generación del Bicentenario, aprovechando que el año próximo se conmemorará la Revolución de Mayo con la que se inició el proceso de emancipación de la corona española. Una preocupación por la Historia que se aprecia en la portentosa El comienzo de la primavera, de Patricio Pron, ganadora del Premio Jaén de Novela. Por otro lado, Diego Grillo Trubba, otro recopilador contumaz -ha reunido varias colecciones para Mondadori Argentina- y licenciado en Sociología, huye en cambio de esas opiniones y afirma que sus colegas muestran el hastío del pueblo argentino por su clase política. Un cansancio que encuentra su metáfora casi perfecta en Opendoor, la primera novela de Iosi Havilio, narrada por una protagonista de la que se desconoce casi todo, incluso su nombre, y que gravita sobre la nada, sobre la ausencia de acontecimientos o la anestesia que provoca el exceso de los mismos, y que ha cautivado a la crítica calificándola de sorprendente y seductora. O la brutalidad explícita y descarnada de la novela de Carlos Busqued Bajo este sol tremendo, donde la violencia y sus efectos aparecen sin ningún tipo de explicación que las atenúe. Lo que sí se puede comprobar sin problema es la constante comunicación entre los autores -casi todos administran blogs y acuden a cuantiosos encuentros y recitales juntos- y la conciencia de ser una alternativa clara y explícita a la generación anterior.
Lo que sorprende, en cualquier caso, a todo lector español es que esa renovación literaria cuente con autores de todas las edades. Quizás el caso más llamativo sea el de Aurora Venturini, que con chenta y cinco años ganó el Premio Nueva Novela del diario Página 12 con el libro Las primas. El jurado, con Fresán y Pauls entre otros, no terminaba de decidirse ante el miedo de que se tratase de alguna broma de Aira o algún otro escritor con ganas de juerga. Pero resultó que no, que la novela que dinamita casi todas las convenciones narrativas y estilísticas era obra de una anciana que fue amiga de Perón, tenía más de treinta libros publicados y ya en 1948 recibió un premio de las manos de Borges. Lo más importante es que en las entrevistas nunca ha dudado en asegurar que ella es una nueva autora porque todavía tiene ganas de aventurarse al escribir. Unos riesgos que también asume Hebe Uhart, con 73 años, en su reciente libro de relatos Turistas, lleno de historias humildes que se expanden tras su lectura. Fogwill, poco dado a elogios, la considera la mejor escritora argentina.
O desde todos los terrenos de la narración. El que posiblemente suene más al aficionado al cine sea Sergio Bizzio. De un cuento suyo surgió la película de su pareja, Lucía Puenzo -también escritora y que llevó al Festival de Málaga su última película, El niño pez-, XXY, y de otra de sus novelas, Rabia, prepara Guillermo del Toro una adaptación. Pero es que la potencia de la narrativa de Bizzio bebe del cine y del libro, incluso de la televisión: Realidad cuenta un asalto televisado de un grupo terrorista islámico a la emisora del programa Gran Hermano. La telerrealidad manipulada se convierte así en una metáfora de los mecanismos de la literatura para dialogar con la realidad. Diálogo que domina otra novela suya, Era el cielo, que se inicia con la impactante escena de un guionista que presencia la violación de su mujer.
Se hace evidente así el constante y eterno Mayo de la literatura argentina.
Esta presencia habitual de los grandes autores argentinos ha venido acompañada de la recuperación de libros de escritores que, aunque fundamentales, no se encontraban en las librerías, como el malogrado Rodolfo Walsh, y de la presentación de algunos de los más destacados representantes de la generación siguiente como Fresán, Pauls, Tabarovsky o Chejfec. En estos meses ha aparecido un nutrido número de nuevos libros que, además, permitirán conocer a autores nuevos, que vivieron su niñez entre la dictadura y la guerra de las Malvinas y han sufrido de primera mano los efectos de la crisis del corralito en su madurez. Quizás un ejemplo paradigmático de esta nueva generación sea la del escritor hijo de desaparecidos de la dictadura, como es el caso de Félix Bruzzone, autor de un libro de cuentos, 76, y una novela, Los topos, y editor de Tamarisco, que se ha convertido en una de las más firmes realidades entre los jóvenes escritores argentinos.
Hay un diagnóstico claro: en Argentina está pasando algo muy importante para la narrativa en castellano, pero, ¿qué exactamente? En un ensayo fundamental, Literatura de izquierda -sólo se puede conseguir en España mediante la importación-, Damián Tabarovsky ofrecía un diagnóstico iluminador sobre el caso: la crisis económica argentina favoreció que editores y escritores optaran por la Academia frente al Mercado. Justo lo contrario a lo sucedido en España, por ejemplo. Aunque hay muchísimas obras de escasa calidad rondando por las librerías porteñas, el negocio sigue siendo limitado y hay pocas posibilidades de hacerse rico escribiendo. La única manera de exportar es seguir el sendero de la calidad. Un autor sólido es el argumento idóneo para convencer a los grandes grupos editoriales en castellano, ubicados casi siempre en España, y a los traductores, sobre todo a las empresas francesas, que siguen simbolizando el parnaso cultural para los argentinos. En ese sentido parece vigente el sueño de replicar el trayecto de la obra de Borges: el éxito de sus libros en Francia le catapultó a la fama mundial. Si las agencias de publicidad y las productoras audiovisuales están llenas de creadores argentinos, era cuestión de tiempo que las editoriales abrieran las puertas a una nueva generación de autores que están trastocando el panorama de la literatura.
En La joven guardia, Maximiliano Tomas ha reunido a veintitrés autores que rondan la treintena. Todos tienen como mínimo un libro publicado -algunos muchos más-, y en todos se aprecia una voluntad de acercarse a la calle, de huir de los claustros universitarios y la teoría literaria en la que se movía la generación anterior. Juan Terranova, uno de los más activos escritores de este grupo -preparó la recopilación Buenos Aires 1:1 para Entropía-, ya ha buscado un nombre para bautizar de manera solemne a sus coetáneos: la Generación del Bicentenario, aprovechando que el año próximo se conmemorará la Revolución de Mayo con la que se inició el proceso de emancipación de la corona española. Una preocupación por la Historia que se aprecia en la portentosa El comienzo de la primavera, de Patricio Pron, ganadora del Premio Jaén de Novela. Por otro lado, Diego Grillo Trubba, otro recopilador contumaz -ha reunido varias colecciones para Mondadori Argentina- y licenciado en Sociología, huye en cambio de esas opiniones y afirma que sus colegas muestran el hastío del pueblo argentino por su clase política. Un cansancio que encuentra su metáfora casi perfecta en Opendoor, la primera novela de Iosi Havilio, narrada por una protagonista de la que se desconoce casi todo, incluso su nombre, y que gravita sobre la nada, sobre la ausencia de acontecimientos o la anestesia que provoca el exceso de los mismos, y que ha cautivado a la crítica calificándola de sorprendente y seductora. O la brutalidad explícita y descarnada de la novela de Carlos Busqued Bajo este sol tremendo, donde la violencia y sus efectos aparecen sin ningún tipo de explicación que las atenúe. Lo que sí se puede comprobar sin problema es la constante comunicación entre los autores -casi todos administran blogs y acuden a cuantiosos encuentros y recitales juntos- y la conciencia de ser una alternativa clara y explícita a la generación anterior.
Lo que sorprende, en cualquier caso, a todo lector español es que esa renovación literaria cuente con autores de todas las edades. Quizás el caso más llamativo sea el de Aurora Venturini, que con chenta y cinco años ganó el Premio Nueva Novela del diario Página 12 con el libro Las primas. El jurado, con Fresán y Pauls entre otros, no terminaba de decidirse ante el miedo de que se tratase de alguna broma de Aira o algún otro escritor con ganas de juerga. Pero resultó que no, que la novela que dinamita casi todas las convenciones narrativas y estilísticas era obra de una anciana que fue amiga de Perón, tenía más de treinta libros publicados y ya en 1948 recibió un premio de las manos de Borges. Lo más importante es que en las entrevistas nunca ha dudado en asegurar que ella es una nueva autora porque todavía tiene ganas de aventurarse al escribir. Unos riesgos que también asume Hebe Uhart, con 73 años, en su reciente libro de relatos Turistas, lleno de historias humildes que se expanden tras su lectura. Fogwill, poco dado a elogios, la considera la mejor escritora argentina.
O desde todos los terrenos de la narración. El que posiblemente suene más al aficionado al cine sea Sergio Bizzio. De un cuento suyo surgió la película de su pareja, Lucía Puenzo -también escritora y que llevó al Festival de Málaga su última película, El niño pez-, XXY, y de otra de sus novelas, Rabia, prepara Guillermo del Toro una adaptación. Pero es que la potencia de la narrativa de Bizzio bebe del cine y del libro, incluso de la televisión: Realidad cuenta un asalto televisado de un grupo terrorista islámico a la emisora del programa Gran Hermano. La telerrealidad manipulada se convierte así en una metáfora de los mecanismos de la literatura para dialogar con la realidad. Diálogo que domina otra novela suya, Era el cielo, que se inicia con la impactante escena de un guionista que presencia la violación de su mujer.
Se hace evidente así el constante y eterno Mayo de la literatura argentina.
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